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-¿Sabe usted la cantidad de vueltas y revueltas equivocadas que hay desde aquí hasta las escaleras? -preguntó-. Son más de dos mil. Sin duda, los cristianos recurrieron a ese sistema como medio de protección. Hay dos mil probabilidades contra una de que, incluso disponiendo de una luz, consiga una persona salir de aquí… pero si tuviese que hacerlo moviéndose entre tinieblas, le resultaría muchísimo más difícil.
-Así lo creo también.
-Además, estas tinieblas son cosa de espanto. En una ocasión quise hacer un experimento para comprobarlo. Vamos a repetirlo ahora.
Burger se inclinó hacia la linterna y un instante después Kennedy sintió como que una mano invisible le oprimía con gran fuerza los dos ojos. Hasta entonces no había sabido lo que era oscuridad. Ésta de ahora parecía aplastarlo. Era un obstáculo sólido cuyo contacto evitaba el cuerpo no queriendo avanzar. Kennedy alargó las manos como para empujar lejos de él las tinieblas y dijo:
-Basta ya, Burger. Encienda otra vez la luz.
Pero su compañero rompió a reír y, dentro de aquella sala circular, la risa parecía proceder de todas partes al mismo tiempo. El alemán dijo después:
-Amigo Kennedy, parece que se siente usted desasosegado.
-¡Venga ya, hombre, encienda la luz! -exclamó Kennedy con impaciencia.
-Es una cosa extraña, Kennedy, pero yo sería incapaz de decir en qué dirección se encuentra usted guiándome por la voz. ¿Podría usted decir dónde me encuentro yo?
-No, porque parece estar en todas partes.
-Si no fuese por esta cuerdecita que tengo en mi mano, yo no tendría la menor idea del camino que debo seguir.
-Me lo supongo. Encienda una luz, hombre, y dejémonos ya de tonterías.
-Pues bien, Kennedy; tengo entendido que hay dos cosas a las que es usted muy aficionado. Una de esas cosas es la aventura y la otra, el que tenga obstáculos que vencer. En este caso, la aventura ha de consistir en que usted se las arregle para salir de esta catacumba. El obstáculo consistirá en las tinieblas y en los dos mil ángulos equivocados que hacen difícil esa empresa. Pero usted no necesita darse prisa, porque dispone de tiempo en abundancia. Cuando haga un alto de cuando en cuando para descansar, me agradaría que usted se acordase precisamente de miss Mary Saunderson y que reflexionase en si se portó usted con ella con toda decencia.