Página 27 de 145
-El oficio de cazador de leones es horrible, particularmente en los momentos críticos en que no se puede encontrar un sitio seguro donde refugiarse -dijo Teddy asintiendo a lo que decía su madre, que acababa de leer doce cartas en las que les pedían, con repetidos ruegos, otros tantos autógrafos -; pero esto va resultando ya peor.
-No; pues hay que tornar una resolución -dijo la tía Jo con gran firmeza -, y yo la tomo desde este momento: es no contestar a ninguna de estas cartas. A este muchacho que me escribe, le he mandado lo menos seis -siguió diciendo, enseñando la carta que tenía en sus manos-, y las querrá probablemente para venderlas. Esta señorita me escribe desde un colegio, y si le contesto me escribirán también todas sus compañeras; así es que todas estas cartas van al canasto y así se acaba más pronto.
-Mira, mamá; yo abriré y te iré leyendo las cartas - dijo cariñosamente Rob -, y tú puedes tomar el desayuno tranquilamente, Mira, ésta viene de América del Sur y dice lo siguiente:
"Señora: Como el cielo ha premiado sus esfuerzos concediéndole una gran fortuna, no vacilo en escribirle para suplicarle me remita los fondos necesarios para comprar un servicio de comunión para una iglesia que estamos construyendo en ésta. Sea cual fuere la religión que usted profese, no dudo que responderá con liberalidad tratándose de una obra de esta clase. Su muy atenta, M. X. Zavier."
-Envíale una negativa muy atenta, hijo mía, diciéndole que todo lo que tengo lo necesito para vestir y alimentar a los numerosos pobres que constantemente llaman a mi puerta. Sigue, hijo, sigue -añadió, echando una mirada de gratitud a su alrededor.
-Un joven, literato novel, te propone que si quieres poner tu nombre en una novela que tiene escrita; después que se venda la primera edición quitará tu nombre y pondrá el suyo. Esto no te conviene, mamá; yo creo que no aceptarás una proposición semejante, a pesar de tu gran deseo de proteger a los escritores principiantes.
-Desde luego que no; dale las gracias y dile que haga el obsequio de no mandar el manuscrito; que tengo siete entre manos en este momento y que apenas si tengo tiempo de leer lo que yo misma escribo -dijo la tía Jo algo distraída, tomando una carta que había en el borde de la mesa y abriéndola con mucho cuidado porque por la letra del sobre comprendía que debía ser de alguna niña.