Las Mujercitas se casan (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

Página 12 de 229

-Y Jo parecía muy dispuesta a arrojar agua fría a la menor provocación.
Fueran cuales fueren sus sentimientos, Laurie les dio salida con un largo silbido por lo bajo y una tímida predicción lanzada cuando se separaron en la puerta:
-Acuérdate de lo que te digo, jo... Tú serás la próxima en irte.

II
EL PRIMER CASAMIENTO

Las rosas de junio del porche despertaron bien temprano aquella mañana, regocijándose con el sol, que brillaba en un cielo sin nubes, como vecinos y amigos que eran en realidad. Rojas de emoción se balanceaban al viento, susurrándose unas a otras lo que habían visto, pues algunas se asomaban por las ventanas del comedor, donde estaba preparada la comida, mientras que otras subían para inclinarse ante las hermanas y sonreírles en tanto vestían a la novia.
La propia Meg no parecía sino una rosa más, pues todo lo mejor y más dulce de su corazón parecía florecer ese día en su carita, haciéndola hermosa y tierna, con un encanto más bello aún que la belleza. No quiso saber nada de sedas, ni de encaje, ni de azahares. "No quiero parecer rara o artificial en un día como hoy -decía-. No quiero una boda fastuosa ni a la moda, sino simplemente quiero tener a los que amo a mi alrededor y para ellos parecer y ser la misma de siempre."
Así, pues, ella misma se hizo el traje de novia, cosiendo en él puntada a puntada las tiernas esperanzas y romances inocentes de su joven corazón. Sus hermanas le trenzaron los bonitos cabellos y los únicos adornos que llevó fueron los muguetes o lirios del valle, que a "su John" gustaban más que ninguna otra flor.
-De veras que estás exactamente como nuestra querida Meg de siempre, sólo que tan dulce y bonita que te abrazaría si no fuese por no arrugarte el vestido -exclamó Amy contemplándola encantada cuando la "toilette" estuvo terminada.
-Entonces estoy satisfecha. Pero. por favor, deseo que me abracen y besen todo lo que quieran sin preocuparse de mi vestido.
Y Meg abrió los brazos a sus hermanas, que la estrujaron con caras felices, seguras de que el nuevo amos no había cambiado el antiguo.
-Ahora me voy a hacerle a Juan la corbata y luego me quedaré unos minutos tranquila con papá en el escritorio.
Y Meg bajó corriendo a celebrar esas pequeñas ceremonias y luego a seguir a su madre por donde ella anduviese, consciente de que pese a las sonrisas del rostro querido había una pena secreta en el maternal corazón por el vuelo de la primera ave que dejaba el nido.

Página 12 de 229
 

Paginas:
Grupo de Paginas:             

Compartir:




Diccionario: