Página 39 de 316
No tuve el trabajo de dirigir la conversación al punto que yo quería. El fervor de la amable predicadora me sirvió mejor que lo hubiera podido mi maña.
"Cuando se tienen tantas disposiciones para hacer el bien, me dijo ella fijando en mí sus dulces ojos, ¿cómo puede pasarse la vida haciendo el mal?»
"No merezco, le respondí, ni ese elogio ni esa censura, y no concibo que con tanto talento como usted tiene no me haya comprendido todavía.
"Aunque mi confianza pueda serme nociva con usted, la merece demasiado para que pueda negársela. Hallará usted el principio de mi conducta en un carácter demasiado fácil. Por desgracia, cercado de gentes sin costumbres, he copiado sus vicios y acaso he puesto cierto amor propio en aventajarlos. Del mismo modo seducido aquí por el ejemplo de las costumbres, sin la esperanza de igualar a usted, he ensayado, al menos, el imitarla. ¡Ah! tal vez la acción que tanto alaba hoy en mí le parecería sin mérito ninguno si supiese su verdadero motivo (vea, mi bella amiga, cuán cerca andaba de decir verdad). No deben a mí aquellos desgraciados el auxilio que han recibido. En lo que mira usted una acción loable, he buscado sólo un medio de agradar. No era yo en fin, puesto que he de decirlo, sino un débil agente de la divinidad a quien adoro (aquí intentó interrumpirme, pero no le di tiempo). En este mismo instante mi secreto se escapa sólo por debilidad mía. Me había propuesto firmemente callarlo, y hallaba mi delicia en tributar a las virtudes de usted, no menos que a su hermosura, un culto puro que hubiera usted ignorado siempre; pero incapaz de engañar cuando tengo a la vista el ejemplo del candor, no habré de echarme en cara un culpable disimulo. No crea que la ultrajo fundando esperanzas criminales. Seré desgraciado, lo sé; pero mis sufrimientos me serán agradables, y me probarán la violencia de mi amor; depondré a sus pies y en su seno mis quebrantos. Ahí tomaré fuerzas para sufrir de nuevo; en ellos hallaré la bondad más compasiva y me creeré consolado porque usted me habrá compadecido. ¡Oh belleza que adoro! escúcheme, tenga piedad de mí, socórrame. Al decir esto me había arrojado a sus pies y apretaba sus manos con las mías. Pero ella las retiró, y llevándolas a los ojos dijo con tono de una mujer afligidísima: "¡Ay desdichada!" y luego se deshizo en llanto.