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--No era así nuestra ropa. Incluso nuestros trabajadores esclavos la
llevaban mejor. Y nuestro aseo corporal era extremo. Nos lavábamos las
cara y las manos varias veces al día. ¿Qué decís de esto? ¿Eh? ¿Vosotros
que no os laváis nunca, salvo cuando os caéis al agua o cuando nadáis?
--¡Tampoco tú te lavas nunca! -replicó Hu-Hu.
--Lo sé, lo sé muy bien. Hoy soy un viejo repulsivo. Pero es que han
cambiado los tiempos. Hoy nadie se lava. Ya no hay modo de hacerlo. Hace
sesenta años que no veo ningún fragmento de jabón. ¿No sabéis lo que
quiere decir jabón no voy a perder tiempo explicándolo, porque lo que os
estoy contando es la historia de la muerte escarlata... Sabéis lo que es
una enfermedad? En otros tiempo se decía "infección". Se sabía que las
enfermedades estaban causadas por gérmenes malignos. He dicho "germen".
Recordad esta palabra. Un germen es una cosa pequeñísima. Más pequeña que
las garrapatas que en primavera se prenden del pelo y de la carne de los
perros cuando corren por el bosque. Sí, un germen es mucho más pequeño
todavía, tan pequeño que no se puede ver.
Hu-Hu se rió de buenísima gana.
--Qué divertido eres, abuelo. Nos hablas de cosas que no se pueden ver.
Pero, entonces, ¿cómo se sabe que existen? Esto no tiene sentido.
--¡Bien, Hu-Hu! ¡Muy bien! Excelente pregunta la que me haces. Has de
saber, pues, que, para ver esas cosas, teníamos un instrumento llamado
"microscopio". Microscopio, ¿oyes? Microscopio, y "ultramicroscopios".
Gracias a estos instrumentos, a los que aplicábamos los ojos, los objetos
se nos mostraban mayores de lo que son en realidad. Y, de ese modo,
podíamos ver incluso aquellos cuya existencia ignorábamos hasta entonces.
Los mejores microscopios agrandaban un germen cuarenta mil veces. Cuarenta
mil, es decir, cuarenta valvas de mejillón, cada una de las cuales
permitía mil dedos. Luego, empleando un segundo instrumento que llamábamos
cinematógrafo, sí, "Ci-ne-ma-tó-gra-fo", estos gérmenes, agrandados ya