Historia de la Conquista del Perú y de Pizarro (Henri Lebrún) Libros Clásicos

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escuadrones con coronas de oro y plata.»
En cuanto Pizarro descubrió al inca envió a su encuentro al padre
Valverde, limosnero de la expedición. Según Jerez el padre Valverde se
adelantó llevando un crucifijo en una mano y la Biblia en la otra. Llegado
cerca del inca, le dijo por medio de su intérprete: «Yo soy un sacerdote
de Dios; yo enseño a los cristianos las cosas del Señor, y vengo a
enseñároslas a vosotros. Yo enseño lo que nos ha enseñado Dios y que está
contenido en este libro. En cualidad de tal te ruego de parte de Dios de
los cristianos que seas su amigo, porque Dios lo quiere, y será para tu
bien: ve a hablar al gobernador que te aguarda.» Atahualpa pidió que se le
permitiera ver el libro que tenía el padre Valverde, y fuele entregado
cerrado. Como no pudiese abrirlo, el religioso alargó la mano para
enseñarle cómo debía hacerlo; mas Atahualpa, no queriendo recibir sus
instrucciones, le dio con desprecio un golpe en el brazo, esforzándose en
abrirlo, lo logró. No se admiró, [65] como los otros indios, al ver los
caracteres en el papel; tiró el libro santo a cinco o seis pies de
distancia, y luego dijo con acento lleno de orgullo: «Estoy bien instruido
de lo que habéis hecho en el camino, y de cómo habéis tratado a mis
caciques y pillado las casas.» «Los cristianos no han hecho esto,
respondió el padre Valverde; sino que habiéndose algunos indios llevado
sus efectos sin que el gobernador lo supiese, éste los ha despedido.
-¡Pues bien! -replicó Atahualpa, no me moveré de aquí hasta que me
sea todo devuelto.» El religioso se volvió al gobernador con esta
respuesta, mientras que el inca poniéndose de pie en su litera exhortaba a
los suyos a que estuviesen preparados para lo que acontecer pudiese.
Zárate refiere este hecho con circunstancias casi semejantes, sólo
que añade que cuando el padre Valverde vio las santas Escrituras
profanadas por el inca, que había arrojado el libro santo al suelo,
exclamó lleno de indignación: «¡A las armas, españoles! ¡a las armas!» Nos
hacemos un deber en hacer observar que el exacto y concienzudo G. de la
Vega desmiente formalmente este llamamiento a la fuerza, de que algunos

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