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Si moría, tal vez descubriría que habitaba en algún submundo. Tal vez volvería a encontrarse con el conde Brass. Y con Oladahn de las Montañas Búlgaras. Y con Huillam d´Averc. Y con Bowgentle, el filósofo, el poeta.
-Ay -se dijo-, si estuviera seguro, recibiría a la muerte con más entereza, pero aún queda la cuestión de mi honor... y el de Yisselda. ¡ Yisselda!
-¡Dorian!
Una vez más, el grito del pájaro se le antojó extrañamente parecido a la voz de su esposa. Había oído que los moribundos abrigaban tales fantasías. Quizá facilitaba la muerte a algunos, pero no era su caso.
-¡Dorian! Creo haber oído tu voz. ¿Estás cerca? ¿Qué ha pasado?
Hawkmoon contestó al ave.
-Estoy en el pantano, mi amor, a punto de morir. Diles que Hawkmoon no era un traidor. Diles que no era un cobarde. ¡Diles que era un imbécil !
Las cañas cercanas a la orilla se agitaron. Hawkmoon miró en su dirección, pensando que se trataba de un zorro. Sería horroroso que le atacara mientras el barro le engullía. Se estremeció.
Pero fue un rostro humano lo que asomó entre las cañas. Un rostro que reconoció.
-¿Capitán?
-Mi señor -dijo el capitán Josef Vedla. Volvió la cabeza para hablar con otra persona-. Teníais razón, mi señora. Está aquí. Hundido casi por completo.
Ardió un tizón que Vedla extendió tanto como pudo, para averiguar la situación exacta de Hawkmoon.
-Deprisa, soldados... La cuerda.
-Me alegra verles, capitán Vedla. ¿Le acompaña mi señora Yisselda?
-Aquí estoy, Dorian. -Su voz era tensa-. Encontré al capitán Vedla y me llevó a la taberna donde se encontraba Czernik. Él nos dijo que te habías dirigido al marjal. Reuní los hombres que pude y vine a buscarte.
-Te lo agradezco -replicó Hawkmoon-, pero no estaría en este aprieto de no ser por mi estupidez... ¡Uj!
El barro había alcanzado su boca.
Arrojaron una cuerda hacia él. Consiguió agarrarla con la mano libre y pasar la muñeca por el lazo.
-Tirad dijo, y gruñó cuando el nudo se cerró en torno a la muñeca. Pensó que iba a descoyuntarse el brazo.
Su cuerpo surgió poco a poco del barro, poco propenso a dejar escapar su festín, hasta que pudo sentarse sobre la orilla, jadeante, mientras Yisselda le abrazaba entre sollozos, indiferente a que estuviera cubierto de apestoso limo de pies a cabeza.
-Creíamos que habías muerto.
-Yo también me di por muerto. En cambio, he matado a uno de mis mejores caballos. Merezco morir.
El capitán Vedla miraba con nerviosismo a su alrededor. Al contrario que los guardias, nacidos en la Karmag, jamás se había sentido atraído por los pantanos, ni siquiera a plena luz del día.