Crónicas del castillo de Brass (Michael Moorcock) Libros Clásicos

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Hawkmoon dibujó una amarga sonrisa.

-Tengo la sensación de que podré considerarme afortunado si vuelvo a ver a mi mujer y a mis hijos, conde Brass.


4. Encuentro con otro viejo enemigo

Pero no encontraron Soryandum en las verdes laderas que bordeaban el desierto de Syrania. Encontraron agua. Encontraron el contorno que delimitaba el recinto urbano, pero la ciudad había desaparecido. Hawkmoon había presenciado el prodigio, cuando el Imperio Oscuro la amenazó. Los habitantes de Soryandum habían sido cautos, al juzgar que el peligro aún existía. Más cautos que él, pensó Hawkmoon con ironía. El viaje había sido en vano, por lo visto. Sólo quedaba una leve esperanza: que la caverna de las máquinas siguiera intacta. De ella había sacado, años atrás, los artefactos de cristal. Se internó con sus amigos en las colinas, deprimido, hasta que dejaron atrás Soryandum.

-Tal parece que os he arrastrado a una búsqueda inútil, amigos míos -dijo Hawkmoon al conde Brass y a Bowgentle-. ¡Y encima, os he dado falsas esperanzas!

-Tal vez no -contestó Bowgentle, con aire pensativo-. Es posible que las máquinas sigan intactas y que yo, que poseo cierta experiencia en tales artilugios, consiga encontrarles alguna utilidad.

El conde Brass, que precedía a los otros dos, trepó a lo alto de la colina y escudriñó el valle que se extendía a sus pies.

-¿Es ésa vuestra caverna? -gritó.

Hawkmoon y Bowgentle se reunieron con él.

-Sí, reconozco el despeñadero -contestó Hawkmoon.

Daba la impresión de que una espada gigante hubiera partido en dos una colina. A lo lejos, hacia el sur, divisó el túmulo de granito, hecho de la piedra extraída de la colina para crear la caverna en donde se almacenaban las armas. Y también distinguió la boca de la caverna, una estrecha grieta en la pared del despeñadero. Parecía incólume. Hawkmoon recobró algo de optimismo.

Bajó la colina a toda prisa.

-¡Vamos! -gritó-. ¡Confiemos en que sus tesoros sigan intactos!

Sin embargo, Hawkmoon había olvidado que la antigua tecnología del pueblo fantasma tenía un guardián al que Oladahn y él se habían enfrentado en una anterior ocasión y que no habían logrado destruir. Un guardián del que D´ Averc escapó por poco. Un guardián con el cual no se podía razonar. Hawkmoon se arrepintió de haber dejado los camellos descansando en el emplazamiento de Soryandum, porque necesitaban un medio de escapar a toda velocidad.

-¿Qué es ese ruido? -preguntó el conde Brass, cuando un aullido ahogado surgió de la grieta-. ¿Lo reconocéis, Hawkmoon?

-Sí -respondió Hawkmoon, en tono pesaroso-, lo reconozco. Es el grito de la fiera mecánica, el ser mecánico que custodia la caverna.

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