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La hoja de su espada volvió a chocar contra las escamas. La bestia buscó el origen de aquel engorro.
Los tres estaban agotados. El viaje a través del desierto había disminuido sus fuerzas. La huida de las colinas había terminado de destrozarles. Hawkmoon supo que iban a perecer en el desierto y que nadie sabría cuál había sido su final.
Vio que el conde Brass gritaba cuando fue lanzado hacia atrás varios metros por un golpe de garra. El conde, entorpecido por su pesada armadura, cayó al suelo y se revolvió, pero no pudo levantarse.
La bestia metálica intuyó la debilidad de su enemigo y avanzó con la intención de aplastar al conde Brass bajo su peso.
Hawkmoon lanzó un grito gutural y corrió hacia el monstruo, descargando la espada sobre su lomo, pero no sirvió de nada. La bestia siguió avanzando inexorablemente hacia el conde.
Hawkmoon se interpuso entre el animal y su amigo. Dirigió mandobles contra las garras, contra el pecho. Los huesos le dolían terriblemente cada vez que la espada chocaba contra el metal.
Pero la bestia no se desvió de su objetivo. Sus ojos ciegos miraron al frente sin ver.
Entonces, también Hawkmoon fue lanzado a un lado. Quedó tendido, magullado y aturdido, y vio con horror que el conde Brass pugnaba por levantarse. Vio que una de las patas monstruosas se alzaba sobre la cabeza del conde y que éste levantaba un brazo para protegerse. Logró ponerse en pie y avanzó dando tumbos, sabiendo que era demasiado tarde para salvar al conde Brass, aunque consiguiera llegar a tiempo a la bestia. Bowgentle (que carecía de arma, salvo un trozo de espada) se movió al unísono con él. Se precipitó hacia el monstruo como si creyera que podía apartarlo con las manos desnudas.
Y Hawkmoon pensó: «He arrastrado a mis amigos a otra muerte. Lo que Kalan les dijo es verdad. Da la impresión de que soy su némesis».
5. Otra Londra
Y entonces, la bestia de metal vaciló.
Emitió un sonido muy parecido a una queja.
El conde Brass no desaprovechó la oportunidad. Se apartó a toda prisa de la pata gigantesca. Aún le faltaban fuerzas para incorporarse, pero se puso a reptar sin soltar la espada.
Tanto Bowgentle como Hawkmoon se quedaron inmóviles y se preguntaron por qué se había parado la bestia.
El ser mecánico reculó. Sus lamentos adoptaron un tono temeroso. Ladeó la cabeza como si escuchara una voz que los demás no oían.
El conde Brass se levantó por fin y se preparó para hacer frente al monstruo.
Entonces, la bestia se desplomó con tal fuerza que la tierra tembló.