No me digas que fue un sueño (Terenci Moix) Libros Clásicos

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-Ya no caben disimulos. EL pueblo de Egipto ha de creer que el orgullo de su reina es más fuerte que los agravios de un amor funesto. Pero mi amigo de siempre, mi maestro, mi consejero, será partícipe de la agonía que empieza para mí a partir de ahora... -intentó incorporarse. Todo su cuerpo vacilaba. La mano de Sosígenes la sostuvo de nuevo. Las miradas se encontraron. Y añadió ella-: Quiero sinceridad, Sosígenes.
-Tu dolencia será larga -dijo el consejero, gravemente-. Y sólo el tiempo puede curarla.
-¡El tiempo! ¿Ha de socorrerme el más temido de los monstruos? Mírame bien, Sosígenes. Ya no soy aquella joven que hechizó a César. Los años han pasado sobre mi rostro. Míralo bien, pues ahora está limpio de afeites. ¿No descubres en su desnudez el azote del tiempo?
-No veo a la muchacha que aspiraba a dominar el mundo, cierto es. Pero veo a la mujer que está dotada para conseguirlo. El tiempo te ha mejorado, mi reina. No han sido los cosméticos.
-¡Tiempo para Cleopatra! En mala hora viene a socorrerme. Cuando estaba junto a Antonio quería aferrar el tiempo para que no transcurriese. Me despertaba por las noches y sentía que su cuerpo era tan bello, tan poderoso, que nunca envejecería. En su sueño, tenía la sonrisa de un niño. Y yo quería detener el curso de las horas, asirme a aquel instante de vida encerrado en el amor de mi hombre único. Y él seguía durmiendo, casi siempre borracho. ¡Cuántas veces tuve que arrancarle la copa de las manos! Aun vacía, separaba nuestros cuerpos. Y al acariciarle la frente, o jugando a veces con sus negros rizos, pensé que el tiempo nos disculparía. Pero ahora sé que el tiempo ha transcurrido para mí... ¿Cuántos años tengo ya, Sosígenes? ¡Calla! Te consideraré cruel si me lo dices. Que mi furia sólo vaya dirigida contra mí misma. Pues sé bien los años que tengo. Por treinta veces ha crecido el Nilo desde que mi padre anunció mi nacimiento en los altares de Alejandría.
-¿Y esto te preocupa? -preguntó con fingida frivolidad la gentil Iris-. Por cuarenta y tres veces ha crecido el Tíber desde que los dioses de Roma saludaron el nacimiento de Antonio.
El rostro de Cleopatra adquirió una violencia inusitada.
-¡Calla, estúpida! ¿Eres mujer y no sabes que los dioses fueron injustos al repartir el castigo de los arios: Cuantas más arrugas tenga el rostro de Antonio, más elogiada será su prudencia. En cambio, las arrugas de Cleopatra son su condena al abandono y a la soledad. Así ha sido desde que nacieron los dioses divididos en dos sexos contrincantes. Así ha de ser para Cleopatra.

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