Política (Aristóteles) Libros Clásicos

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En
Calcis, el pueblo se hizo dueño el poder desde el momento en que quitó la
vida al tirano Foxos al mismo tiempo que a los nobles. En Ambracia, el
pueblo arrojó igualmente al tirano Periandro y a los conjurados que
conspiraban contra él, atribuyéndose a sí mismo todo el poder. Es preciso
tener en cuenta que, en general, todos los que han adquirido para su
patria algún nuevo poder, sean particulares o magistrados, tribus u otra
parte de la ciudad, cualquiera que ella sea, son para el Estado un foco
perenne de sedición. O se rebelan los demás contra ellos por la envidia
que tienen a su gloria; o ellos, enorgullecidos con sus triunfos, intentan
destruir la igualdad que ya no quieren.
Es también origen de revoluciones la misma igualdad de fuerzas entre
las partes del Estado, que parecen entre sí enemigas; por ejemplo, entre
los ricos y los pobres, cuando no hay entre ellos una clase media, o es
poco numerosa la que hay. Pero tan pronto como una de las dos partes
adquiere una superioridad incontestable y perfectamente evidente, la otra
se libra muy bien de arrostrar inútilmente el peligro de una lucha. Por
esto, los ciudadanos que se distinguen por su mérito nunca provocan, por
decirlo así, las sediciones, porque están siempre en una excesiva minoría
relativamente a la generalidad.
Tales son, sobre poco más o menos, todas las causas y todas las
circunstancias de los desórdenes y de las revoluciones en los diversos
sistemas de gobierno.
Las revoluciones proceden empleando ya la violencia, ya la astucia.
La violencia puede obrar desde luego y de improviso, o bien la opresión
puede venir paulatinamente; y la astucia puede obrar también de dos
maneras, pues primero, valiéndose de falsas promesas, obliga al pueblo a
consentir en la revolución, y no recurre sino más tarde a la fuerza para
sostenerla contra su resistencia. En Atenas, los Cuatrocientos engañaron
al pueblo, persuadiéndole de que el Gran Rey suministraría al Estado

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