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En resumen, la mujer era un problema que, puesto que la mente del señor Brooke se paralizaba al enfrentarse a él, apenas debía ser menos complicado que las revoluciones de un sólido irregular.
CAPÍTULO V
Los grandes estudiosos se encuentran con frecuencia aquejados de gota, catarros, reumas, caquexia, bradipepsia, ojos enfermos, cálculos, cólicos, indigestiones, estreñimiento, vértigo, gases, tisis, y todas aquellas enfermedades que provienen de permanecer demasiado tiempo sentado: en su mayoría son delgados, enjutos, con mal color... y todo por desmesurados esfuerzos y extraordinario estudio. Si no creen la verdad de esto, observen las obras del gran Tostado y Tomás de Aquino, y díganme si esos hombres no se esforzaron.
BURTON, Anatomía de la melancolía, pág. 1, s. 2)
Esta fue la carta del señor Casaubon.
«Estimada señorita Brooke. Tengo la autorización de su tutor para dirigirme a usted sobre un tema de sin par significación para mí. Confío no estar equivocado al reconocer alguna más honda correspondencia que la de la circunstancia entre el hecho de que la conciencia de una carencia en mi propia vida surgiera contemporáneamente con la posibilidad de conocerla a usted. Pues a la primera hora de haberla conocido, tuve la impresión de su eminente y tal vez exclusiva idoneidad para cubrir esa carencia (vinculada, puedo añadir, a tal actividad del afecto que ni siquiera las preocupaciones de una labor en demasía especial como para ser desatendida podían ininterrumpidamente disimular); y cada sucesiva oportunidad de observación ha proporcionado a dicha impresión mayor profundidad al convencerme más enfáticamente de esa idoneidad que yo había preconcebido, evocando, en consecuencia, más decisivamente ese afecto al cual acabo de referirme. A mi entender, nuestras conversaciones le habrán expuesto a usted lo suficientemente el tenor de mi vida y mis aspiraciones, tenor, soy conciente, poco adecuado al orden de mentes más vulgar. Pero he discernido en usted una elevación de pensamiento y una capacidad de entrega que hasta el momento no había concebido fuera compatible ni con la temprana flor de la juventud ni con aquellas delicadezas de su sexo que puede decirse que a un tiempo obtienen y confieren distinción cuando se combinan, como sucede admirablemente en usted, con las cualidades mentales anteriormente indicadas. Confieso que rebasaba mis esperanzas encontrar esta rara combinación de elementos tanto sólidos como atractivos, adaptados a proporcionar ayuda en tareas más serias, así como encanto en las horas de ocio; y de no ser por mi encuentro con usted (el cual, permítame decirlo de nuevo, confío no fuera superficialmente coincidente con presagiadas carencias, sino providencialmente relacionado con ellas, como etapas consecutivas a la consumación del plan de una vida), probablemente hubiera terminado mis días sin intentar aliviar mi soledad mediante una unión matrimonial.