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ser lucrativos. Entonces los pobres, como nada podrían ganar, no querrán
el poder, y se ocuparán con preferencia de sus intereses personales; los
ricos podrán aceptar el poder, porque ninguna necesidad tienen de aumentar
con la riqueza pública la propia. De esta manera, además, los pobres se
enriquecerán dedicándose a sus propios negocios, y las clases altas no se
verán obligadas a obedecer a gente sin fundamento.
Por lo demás, para evitar la dilapidación de las rentas públicas, que
se obligue a cada cual a rendir cuentas en presencia de todos los
ciudadanos reunidos, y que se fijen copias de aquéllas en las fratrias, en
los cantones y en las tribus; y para que los magistrados sean íntegros,
que la ley procure recompensar con honores a los que se distingan como
buenos administradores.
En las democracias es preciso impedir, no sólo el repartimiento de
los bienes de los ricos, sino hasta que se haga esto con los productos de
aquéllos; lo cual se hace en algunos Estados por medios indirectos.
También es conveniente no conceder a los ricos, aun cuando lo pidan, el
derecho de subvenir a aquellos gastos públicos que son muy costosos, pero
que no tienen ninguna utilidad real, tales como las representaciones
teatrales, las fiestas de las antorchas y otros gastos del mismo género.
En las oligarquías, por el contrario, debe ser muy eficaz la solicitud del
gobierno por los pobres, a los cuales es preciso conceder aquellos empleos
que son retribuidos. También debe castigarse toda ofensa hecha por los
ricos a los pobres con más severidad que las que se hagan los ricos entre
sí. El sistema oligárquico tiene también gran interés en que las herencias
se adquieran sólo por derecho de nacimiento y no a título de donación, y
que no puedan nunca acumularse muchas. Por este medio, en efecto, las
fortunas tienden a nivelarse y son más los pobres que llegan a adquirir
medios de vivir.
Es igualmente ventajoso en la oligarquía y en la democracia el