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como la de Carilao en Lacedemonia, y como sucedió en Cartago. La
oligarquía de otro lado se convierte en tiranía, que es lo que sucedió en
otro tiempo con la mayor parte de las oligarquías sicilianas. Recuérdese
también que en Leoncium a la oligarquía sucedió la tiranía de Panecio; en
Gela, la de Cleandro; en Reges, la de Anaxilas, y que podrían citarse
muchas más. También es un error creer que la oligarquía nazca de la
codicia y de las ocupaciones mercantiles de los jefes de Estado. Más
importa averiguar el origen de la opinión de los hombres que tienen gran
fortuna, los cuales creen que no es justa la igualdad política entre los
que tienen y los que no tienen. Casi en ninguna oligarquía los magistrados
pueden dedicarse al comercio, y la ley se lo prohíbe. Pero más aún: en
Cartago, que es un Estado democrático, los magistrados comercian, y, sin
embargo, el Estado no ha experimentado ninguna revolución.
También es muy singular el suponer que en la oligarquía el Estado se
divide en dos partidos, el de los pobres y el de los ricos; ¿es que, por
ventura, es esta condición más propia de la oligarquía que de la república
de Esparta, por ejemplo, o de cualquier otro gobierno cuyos ciudadanos no
poseen una fortuna igual o no son todos igualmente virtuosos? Aun
suponiendo que nadie se empobrezca, el Estado no por eso deja de pasar
menos de la oligarquía a la demagogia, si la masa de los pobres se
aumenta; y de la democracia a la oligarquía, si los ricos se hacen más
poderosos que el pueblo, según que los unos se abandonan y que los otros
se aplican al trabajo. Sócrates desprecia todas estas diversas causas que
producen las revoluciones, para fijarse en una sola, al atribuir la
pobreza exclusivamente a la mala conducta y a las deudas, como si todos
los hombres o casi todos naciesen de la opulencia. Es este un error grave;