Macbeth (William Shakespeare) Libros Clásicos

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Suena una campana.

Entra LADY MACBETH.

LADY MACBETH
¿Qué ocurre para que tan horrísona trompeta
convoque a los durmientes de la casa?
¡Hablad, hablad!
MACDUFF
Noble señora, no conviene que oigáis
lo que puedo decir: oído por mujer,
el relato sería su muerte.

Entra BANQUO.

¡Ah, Banquo, Banquo!
¡Han matado al rey, nuestro señor!
LADY MACBETH
¡Ay de mí! ¿En nuestra casa?
BANQUO
Donde sea es brutal.
Contradícete, Macduff, te lo ruego;
di que es falso.


Entran MACBETH, LENNOX y ROSS.

MACBETH
Hubiera muerto yo una hora antes
y mi vida habría sido una dicha; desde ahora,
ya no hay nada serio en la existencia;
todo son minucias: honor y renombre han muerto,
el vino de la vida se ha agotado
y no queda en la bodega más que el poso.

Entran MALCOLM y DONALBAIN.

DONALBAIN
¿Algún mal?

MACBETH
El vuestro, y lo ignoráis: se ha secado
el venero y manantial de vuestra sangre,
vuestra propia fuente se ha secado.
MACDUFF
Han matado a vuestro augusto padre.
MALCOLM
¡Ah! ¿Quién?
LENNOX
Parece que los de su aposento: llevaban
insignias de sangre en la cara y en las manos,
y también en sus puñales, que hallamos sin limpiar
sobre sus almohadas. Miraban cual dementes
y nadie estaba seguro en su presencia.
MACBETH
Siento que la furia me llevase
a darles muerte.
MACDUFF
¿Por qué lo hiciste?
MACBETH
¿Quién está a la vez lúcido y suspenso,
sereno y furioso, leal a imparcial? Nadie.
La presteza de mi afecto impetuoso pudo más
que el freno del buen juicio. Aquí yacía Duncan,
con su piel de plata bordada en sangre de oro
y cuchilladas como brechas en su vida,
abiertas a la devastación; ahí, los asesinos,
empapados del color de su tarea,
y sus dagas, innoblemente enfundadas en sangre.

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