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CRISTINA. Vuesas mercedes, que me han criado, me darán marido como me convenga; aunque todavía quisiera escoger.
SOLDADO. Niña, échame el ojo; mira mi garbo; soldado soy, castellano pienso ser; brío tengo de corazón; soy el más galán hombre del mundo; y por el hilo deste vestidillo, podrás sacar el ovillo de mi gentileza.
SACRISTÁN. Cristina, yo soy músico, aunque de campanas; para adornar una tumba y colgar una iglesia para fiestas solenes, ningún sacristán me puede llevar ventaja; y estos oficios bien los puedo ejercitar casado, y ganar de comer como un príncipe.
AMO. Ahora bien, muchacha: escoge de los dos el que te agrada; que yo gusto dello, y con esto pondrás paz entre dos tan fuertes competidores.
SOLDADO. Yo me allano.
SACRISTÁN. Y yo me rindo.
CRISTINA. Pues escojo al sacristán.
(Han entrado los músicos.)
AMO. Pues llamen esos oficiales de mi vecino el barbero, para que con sus guitarras y voces nos entremos a celebrar el desposorio, cantando y bailando; y el señor soldado será mi convidado.
SOLDADO. Acepto:
«Que, donde hay fuerza de hecho,
Se pierde cualquier derecho».
MÚSICOS. Pues hemos llegado a tiempo, éste será el estribillo de nuestra letra.
(Cantan el estribillo.)
SOLDADO.
«Siempre escogen las mujeres
Aquello que vale menos,
Porque excede su mal gusto
A cualquier merecimiento.
Ya no se estima el valor,
Porque se estima el dinero,
Pues un sacristán prefieren
A un roto soldado lego.
Mas no es mucho: que ¿quién vio
Que fue su voto tan necio,
Que a sagrado se acogiese,
Que es de delincuentes puerto?
Que adonde hay fuerza, etc.»
SACRISTÁN
«Como es proprio de un soldado
Que es sólo en los años viejo,