El tulipán negro (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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Así, puerta a puerta, pared por pared, Boxtel iba a tener un rival, un emulador, un vencedor tal vez, y ese rival, en lugar de ser cualquier oscuro jardinero, desconocido, ¡era el ahijado del amo Corneille de Witt, es decir, una celebridad!
Boxtel, como se ve, tenía un espíritu menos fuerte que el de Porus, que se consolaba por haber sido vencido por Alejandro justamente a causa de la celebridad de su vencedor.
En efecto, ¡qué sucedería si alguna vez Van Baerle hallaba un tulipán nuevo y lo llamaba el Jean de Witt, después de haber llamado a uno el Corneille! Era como para ahogarse de rabia.
3 Ratones campestres
Así, en su envidiosa prevención, Boxtel, profeta de la desgracia para sí mismo, adivinaba lo que iba a su ceder.
Hecho este descubrimiento, Boxtel pasó la más exe crable noche que imaginarse pueda.
VI El Odio De Un Tulipanero
A partir de aquel momento, en lugar de una preocupación, Boxtel tuvo un temor. Lo que da vigor y nobleza a los esfuerzos del cuerpo y del espíritu, el cultivo de una idea favorita, lo perdió Boxtel rumiando todo el daño que iba a causarle la acción del vecino.
Van Baerle, como pueden imaginarse, desde el mo mento en que aplicó a esa idea la perfecta inteligencia con que la Naturaleza le había dotado, consiguió obtener los más bellos tulipanes.
Mejor que los que se hallaban en Haarlem y en Leiden, ciudades que ofrecen los mejores terrenos y los climas más sanos, Cornelius consiguió variar los colores, modelar las formas, multiplicar las especies.
Pertenecía a aquella escuela ingeniosa y sencilla que tomó por divisa, desde el siglo XVII, este aforismo desarrollado en 1653 por uno de sus adeptos:
«Despreciar las flores es ofender a Dios.»
Premisa con la que la escuela tulipanera, la más exclusivista, enunció en 1653 el siguiente silogismo:
«Despreciar las flores es ofender a Dios.»
«Cuanto más bella es la flor, más al despreciarla se ofende a Dios.»
«El tulipán es la más bella de todas las flores.»
«Por lo tanto, quien desprecia al tulipán ofende desmesuradamente a Dios.»
Razonamiento con ayuda del cual, según se ve con mala voluntad, los cuatro o cinco mil tulipaneros de Holanda, de Francia y de Portugal, no hablemos ya de los de Ceilán, de India y China, hubieran puesto al Universo fuera de la ley, y declarados cismáticos, heré ticos y dignos de muerte a varios centenares de millo nes de hombres indiferentes al tulipán.

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