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El muchacho volvió a decir:
-¡Mi moneda, señor!
La vista de Jean Valjean siguió fija en el suelo.
-¡Mi moneda! -gritó ya el niño-, ¡mi moneda de plata! ¡Mi dinero!
Parecía que Jean Valjean no oía nada. El niño le cogió la solapa de la chaqueta, y la sacudió, haciendo esfuerzos al mismo tiempo para separar el tosco zapato claveteado que cubría su tesoro.
-¡Quiero mi moneda! ¡Mi moneda de cuarenta sueldos!
El niño lloraba. Jean Valjean levantó la cabeza; pero siguió sentado. Sus ojos estaban turbios. Miró al niño como con asombro, y después llevó la mano al palo gritando con voz terrible:
-¿Quién anda ahí?
-Yo, señor -respondió el muchacho-. Yo, Ger vasillo. ¿Queréis devolverme mis cuarenta sueldos? ¿Queréis alzar el pie?
Y después irritado ya y casi en tono amenaza dor, a pesar de su corta edad, le dijo:
-Pero, ¿quitaréis el pie? ¡Vamos, levantad ese pie!
-¡Ah! ¡Conque estás aquí todavía! -dijo Jean Valjean; y poniéndose repentinamente de pie, sin descubrir por esto la moneda, añadió-: ¿Quieres irte de una vez?
El niño lo miró atemorizado; tembló de pies a cabeza, y después de algunos momentos de estupor, echó a correr con todas sus fuerzas sin volver la cabeza, ni dar un grito.
Sin embargo a alguna distancia, la fatiga lo obligó a detenerse y Jean Valjean, en medio de su meditación, lo oyó sollozar.
Algunos instantes después, el niño había des aparecido.
El sol se había puesto. La sombra crecía alre dedor de Jean Valjean. En todo el día no había tomado alimento; es probable que tuviera fiebre.
Se había quedado de pie, y no había cambiado de postura desde que huyó el niño. La respiración levantaba su pecho a intervalos largos y desiguales. Su mirada, clavada diez o doce pasos delante de él, parecía examinar con profunda atención un pedazo de loza azul que había entre la hierba. De pronto, se estremeció: sentía ya el frío de la noche.
Se encasquetó bien la gorra; se cruzó y abotonó maquinalmente la chaqueta, dio un paso, y se inclinó para coger del suelo el palo. Al hacer este movimiento vio la moneda de cuarenta sueldos que su pie había medio sepultado en la tierra, y que brillaba entre algunas piedras. "¿Qué es esto?", dijo entre dientes. Retrocedió tres pasos, y se detuvo sin poder separar su vista de aquel punto que había pisoteado hacía un momento, como si aquello que brillaba en la oscuridad hubiese tenido un ojo abierto y fijo en él.