El doncel de don Enrique (Mariano Jose de Larra) Libros Clásicos

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Una lámpara suspendida del techo iluminaba los rostros de entrambos, y los iluminaba mejor una alta vasija, cuyo preñado vientre vaciaba de cuando en cuando, en dos anchas copas, cierto jugo vivificador que embaulaban nuestros dos interlocutores a tragos repetidos en su cuerpo como en un cubo desfondado.
-¿Cuándo pensáis partir, señor Rui Pero? -preguntó Ferrus después de uno de estos tragos, paladeando todavía el licor de Baco.
-¿Habéis tomado ya, señor juglar -repuso Rui Pero-, es decir, señor Ferrus, alcaide del castillo de Arjonilla, las instrucciones que habíais menester?
-Estoy tan apto, señor Rui Pero, para desempeñar la alcaidía de este famoso castillo, como el mejor camarero de Castilla -contestó Ferrus picado.
-En ese caso, señor tal alcaide, pasado mañana al lucir el alba me pondré en camino para la corte, si no manda otra cosa vuestra señoría.
-Gracias, señor Rui Pero.
-¿Habéis mandado relevar las centinelas exteriores de la muralla y las dos de las torres y de la galería interior del preso?
-Bien sabéis -contestó Ferrus- que no es ese cargo mío mientras estéis vos en el castillo. Y espero que no me comprometeréis con mi amo el señor conde ni querréis faltar al deber...
-No acostumbro a faltar a mis deberes, señor Ferrus y voy por tanto a disponer...
-Esperad. Supongo que seguís con el cuidado de emplear en el servicio de centinelas los ballesteros que ignoran completamente la calificación de los prisioneros De otra suerte...
-No habéis menester suponerlo -dijo apurando su copa Rui Pero-; bastará con que lo creáis a pies juntillas. Además ya habréis conocido que necesita habilidad para escaparse el preso que tal intente hallándose encerrado en la prisión de la zanja.
-Sí, según me habéis dicho, no conociendo el secreto del rastrillo, sólo la muerte sería el resultado de la menor tentativa de evasión. Admirable construcción la de ese calabozo. ¿Y quién construyó?...
-¡Silencio! -dijo Rui Pero al ver entrar un tercero en la sala y gozoso de dar una lección de prudencia al inexperto Ferrus-. ¿Qué queréis vos? -añadió dirigiéndose al extraño.
-Señor alcaide -respondió el faccionario que acababa de entrar-, han llamado al castillo dos caminantes fatigados.

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