Las manos blancas no ofenden (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

Página 47 de 80

de que ya principio fue
la joya, que no arrojé,
y hoy la he entregado.
FEDERICO: Imagina
que no hablarte en eso yo
y hablarte en esto es mostrar
que un pesar de otro pesar
se va apoderando.
LISARDA: No
te he de creer. Y pues veo
que el decirme Celia aquí
que a César buscan de ti
nace, ni uno ni otro creo.
Y así tu necia porfía
no piense darme cuidado,
pues antes tú me has quitado
alguno que yo tenía.
FEDERICO: Mira...
LISARDA: No hay que mirar.
FEDERICO: Advierte...
LISARDA: No hay que advertir.
FEDERICO: Oye...
LISARDA: No tengo de oír.
FEDERICO: Escucha...
LISARDA: No he de escuchar;
que ya sé que es todo engaño.
¿Pensaste que me asustara,
y que al punto me ausentara?
Pues no ha de ser; que en tu daño
he de estar (¡viven los cielos!)
impidiéndote el favor,
y que has de morir de amor,
pues que yo muero de celos.

Vase

FEDERICO: Mira, ingrata, que enmendar
tu peligro, y no el mío, quiero.
Oye, escucha.

Sale ENRIQUE


ENRIQUE: ¡Caballero!
FEDERICO: ¿Qué mandáis? (¡Fiero pesar!)
ENRIQUE: Que me digáis, os suplico,
porque me han dicho que aquí
César estaba...
FEDERICO: (¡Ay de mí!)

Vuelve FEDERICO la espalda


ENRIQUE: (¡Vive Dios, que es Federico!
Mas ¿qué he de hacer, si es él
el que la espalda volvió?)
FEDERICO: (Si ya se lo han dicho, no
es bien negarlo. ¡Crüel
lance, si la ve.)
ENRIQUE: Los cielos
os guarden.
FEDERICO: (Tras ella va.
¿Cómo mi desdicha hará
no la alcancen sus recelos?
Porque preguntar por ella
con el nombre que aquí tiene
es, sin duda, porque viene
de todo informado. ¡Oh estrella
siempre opuesta! ¿Cómo haré
no llegue a verla?) ¡Ah, señor
Enrique Esforcia! (Valor,
sólo te acuerda de que

Página 47 de 80
 

Paginas:
Grupo de Paginas:       

Compartir:



Diccionario: