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que allá es perlas cuanto corre
sobre doradas arenas,
y aquí, al derramar los rizos
la inundación de sus hebras
sobre su nevado cuello,
es con tanta diferencia
que corren arroyos de oro
sobre márgenes de perlas?
¿No te acuerdas?
VICENTE: No, señor;
ni me acuerdo ni quisiera,
por no acordarme que vi,
si es que hemos de hablar de veras,
a Elvira a su lado, haciendo
ventaja, no competencia,
a su hermosura.
LOPE HIJO: ¡Qué loco!
VICENTE: Pues ¿será la vez primera
que sea mejor la crïada
que no el ama?
LOPE HIJO: ¡Oh, si pudiera
por alguna parte ver
a Violante!
VICENTE: Considera,
señor, que hoy hemos venido
escapados de una y buena;
no nos metamos en otra
igual por Violante bella.
LOPE HIJO: A mi padre le he llevado
muy mal que me reprehenda.
Mira cómo llevaré
que lo hagas tú. ¡Bueno fuera
que mi gusto embarazara
ninguno! Pero ¿quién entra
allí?
VICENTE: Don Guillén de Azagra.
Sale don GUILLÉN
LOPE HIJO: ¿Qué dices? ¿No me pidieras
albricias? ¿En Zaragoza,
don Guillén?
GUILLÉN: Y mal pudiera
sufrir, don Lope, un instante
el corazón más ausencias.
Apenas que habíais venido
supe cuando con presteza
os busqué, no para daros
una y muchas norabuenas,
sino para recibirlas
yo.
LOPE HIJO: Toda aquesa fineza,
don Guillén, es justamente
debida a la amistad nuestra.
Y por pagar en la misma
obligación esta deuda,
vos también seáis bien venido.
GUILLÉN: No es posible que lo sea
quien viene tras un cuidado,
vivo el sentimiento y muerta
la esperanza.
LOPE HIJO: ¿De qué suerte?
GUILLÉN: Ya os acordáis que a la guerra
de Nápoles me partí
tres años ha.
LOPE HIJO: Por más señas
me acuerdo de que los dos
nos despedimos en esa
plaza [de la Seo], con hartos