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pero en el curso del pleito promovió tantos incidentes, que, a fuerza de
intrigas, más de veinte pleitos han salido de esos incidentes; pleitos que
ahora quedarán abandonados gracias a que la herradura del caballo ha sido
más dura que el cerebro de monseñor Juan. He aquí lo que según mis
conjeturas es causa del vértigo de odio que sentía nuestro pastor. Mas
ahora admiraos del celo que ponía en la ejecución de su rabia. Me acaban
de asegurar que como se metiese en la cabeza la manía de encarcelaros,
había pedido la permuta de su curato con otro curato de su país, al cual
esperaba retirarse tan pronto como vos quedaseis preso. Su mismo servidor
ha dicho que al ver a tu caballo cerca de la cuadra había oído decir a su
amo que ese caballo le serviría muy bien para marcharse a algún lugar en
el cual no podríamos encontrarle».
Luego de todas estas razones, Colignac me advirtió que desconfiase de
los ofrecimientos y las visitas que tal vez me hiciese un señor muy
poderoso cuyo nombre me declaró; que este señor era el que había puesto
toda la influencia necesaria para que monseñor Juan obtuviese el
beneficiado que pretendía y que ahora había tomado mi asunto por su cuenta
para pagar con su interés los servicios que el buen párroco, desde que se
había hecho pedante, había prestado en el colegio a un su hijo. «Por lo
demás -continuó Colignac-, como no es posible pleitear sin encono y sin
que quede en el alma una enemistad que ya nunca se borra, aunque nos hayan
repatriado, él siempre ha buscado secretamente las ocasiones de
mortificarme. Pero no importa; yo tengo más parientes togados que él y
tengo muchos amigos que si vienen las cosas mal nos ayudarán para implorar
el favor de la autoridad real».
Después que Colignac hubo dicho estas palabras, uno y otro trataron