Los Muchachos de Jo (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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No sabía, además, cómo arreglárselas para contestar la enormidad de cartas que recibía a diario, porque, corno pensaba ella, si dejaba de cumplir con la parte principal del público admirador, pronto vendría la crítica a echar por tierra, el pedestal literario en que la querían colocar.
Hizo cuanto pudo por los muchachos, que era el público para quien ella escribía. ¡Más novelas! ¡Más novelas de este género!, le pedían en las cartas; y tanto y tanto llegó a trabajar, que su salud principió a resentirse, porque ella no atendía las cordiales amonestaciones de su familia. Has hubo un momento en que el león se convirtió en un animal más pacífico, retirándose a su caverna, gruñendo. Su familia se alegró mucho al ver esta decisión, que ella consideraba corno el más grande contratiempo de su vida, porque!?, libertad había sido siempre lo que más había ambicionado, y ahora veía que se iba alejando de ella muy de prisa. Consideraba que había hecho lo que humanamente podía jura hacer cumplir con toda la demanda de autógrafos fotografías y bosquejos biográficos de su vida, que a aquellas horas andaban rodando por iodo el continente americano; porque los artistas k, habían sorprendido en su casa bajo todos los aspectos que podían sorprenderla, y los reporteros la habían acosado también, sin importarles una pizca el ceño con que muchas veces los recibía, y los chicos de los colegios precedidos por su profesores habían devastado su jardín llevándose las plantas como trofeos, y una continua corriente de entusiastas peregrinos había entrado continuamente por las puertas de su casa, soportándolo ella todo con santa resignación.
Para que el lector se forme una idea exacta de lo mucho que mortificaban a esta pobre señora con la demanda de los dichosos autógrafos y otras cosas referentes a su vida, puede leer lo siguiente, porque es exacto:
-Debía de haber una ley que protegiera a los desgraciados autores -dijo Jo una mañana, poco después de la llegada de Emil, al entrar el cartero con un manojo enorme de cartas, como las que le venía trayendo hacía ya algún tiempo-. Esto sería para mí mucho más vital que el derecho de propiedad literaria internacional, porque el tiempo es oro, paz y salud, y yo lo estoy perdiendo todo con tener que atender a toda esta correspondencia, so pena de abandonarlo todo y meterme en un bosque donde no puedan dar conmigo, porque ni en la libre América puede una ya tener libertad.

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