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-Oh, Dios mío, ahora si que me va a decir algo... y yo, ¿qué voy a hacer?
La meditación nocturna y las tareas matinales lograron calmar algo sus temores, decidiendo que no tendría la vanidad de creer que le iba a proponer matrimonio cuando le había dado todos los motivos posibles para saber cuál había de ser la respuesta. Así, pues, llegado el momento, salió al encuentro del muchacho, deseando que él no le diese ocasión de lastimar sus sentimientos. Pero en cuanto vio la fornida figura a la distancia no pudo menos que sentir un vivo deseo de volverse y echar a correr.
-¿Dónde está el birimbao, Jo? -le gritó Laurie, en cuanto estuvo a tiro.
-Me lo olvidé -dijo Jo reanimándose, pues aquel saludo no podía llamarse precisamente el de un enamorado.
En estas ocasiones había solido Jo tomarse del brazo con el muchacho, pero hoy no lo hizo, y él no protestó sino que se puso a hablar muy ligero sobre un montón de temas impertinentes, hasta que hubieron vuelto el camino para entrar en el sendero que llevaba a casa pasando por el soto. Ahí aminoró Laurie el paso, perdió de repente su verba de hacía un momento y ocurrieron de cuando en cuando horribles pausas. Para salvar la conversación de aquellos pozos de silencio en que estaba cayendo, Jo dijo precipitadamente:
-Ahora tienes que tomarte unas buenas vacaciones.
-Ésa es mi intención.
Hubo algo en su tono decidido que hizo levantar a Jo la vista rápidamente. Lo encontró mirándola con una expresión que no dejó lugar a dudas de que hubiese llegado el momento temido. Extendiendo la mano, imploró:
-¡No, Teddy, por favor, no! ...
-Sí, sí, tienes que escucharme, Jo. No vale de nada evadirlo, tenemos que ventilar este asunto, y cuanto antes mejor para los dos -respondió el muchacho enrojeciendo de emoción.
-Di lo que quieras entonces y te escucharé -continuó Jo con paciencia desesperada.
Laurie no era más que un joven enamorado, pero lo estaba de veras, y tenía el firme propósito de "ventilar aquello" aunque le fuese mal en la prueba, de modo que se precipitó en aquel tema con la impetuosidad que lo caracterizaba, diciendo con una voz que persistía en quebrarse:
-Te he querido desde que te conozco, Jo; ¡has sido tan buena conmigo! He tratado de demostrártelo y nunca me lo permitiste; pero lo que es ahora, me vas a tener que oír y darme una respuesta, porque no puedo más seguir así.