Diez negritos (Agatha Christie) Libros Clásicos

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Por la noche recibió una conmoción; creo que debió morir de un ataque cardíaco.
-Es cierto, el corazón le falló... -replicó el doctor-. Pero ¿qué fue lo que provocó este ataque de corazón? Esa es la pregunta.
Una palabra se escapó de los labios de Emily Brent, dejando una sensación desagradable entre todos.
-¡Su conciencia!
Armstrong se volvió hacia ella.
-¿Qué insinúa, miss Brent?
-Todos lo oyeron; ella y su marido han sido acusados de haber matado a su antigua señora, una dama vieja -respondió.
-Entonces, ¿cree...?
-Creo que esa acusación es cierta. Ayer noche, ustedes la vieron, lo mismo que yo, cómo se desvanecía al oír la revelación de su atentado. No pudo soportar el recuerdo de su fechoría... ha muerto de miedo.
-Su hipótesis es aceptable, pero no se puede aceptar sin saber si esta pobre mujer era cardíaca -arguyó el doctor.
Miss Brent volvió a insistir:
-Si usted lo prefiere, llámelo castigo del cielo.
Todos se escandalizaron. Blove replicó, indignado:
-Miss Brent, usted lleva las cosas demasiado lejos.
La solterona le miró con ojos brillantes y, levantando el mentón, contestó:
-¿Ustedes creen imposible que un pecador sea castigado por la cólera divina? ¡Yo no!
El juez murmuró irónico:
-Estimada señorita: la experiencia me ha enseñado que la Providencia nos deja a nosotros, mortales, la misión de castigar a los culpables. Nuestra tarea está a veces erizada de dificultades y no es muy expeditiva.
Miss Brent alzó las espaldas con incredulidad.
-¿Qué cenó anoche y qué bebió estando ya en la cama? -preguntó Blove.
-Nada -respondió el doctor.
-Usted afirma que no bebió nada, ¿ni siquiera una taza de té, un vaso de agua?
-Apostaría a que bebió una taza de té; es el remedio corriente de esta gente.
-Rogers sostiene que no tomó nada.
-¡Claro! Puede decir lo que quiera -replicó Blove de una manera tan rara que el doctor se le quedó mirando.
-Entonces, ¿ésta es su opinión? -preguntó Philip Lombard.
-¿Por qué no? -añadió Blove-. Anoche escuchamos todos esa acusación. No puede ser más que una broma de un loco, ¡pero quién sabe! Supongamos por un momento que sea verdad que Rogers y su mujer dejaron morir a la vieja; ellos se creían seguros y se felicitaban por su buena suerte.
Vera le interrumpió:
-La señora Rogers no parecía muy tranquila.
Muy enfadado por esta interrupción, Blove miró a la joven como si quisiera decirle:

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