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Igualmente, conocí a varios individuos procedentes de distintas ramas de la humanidad.
Tuve ocasión de conversar con el espíritu de Yiang-Li, filósofo del cruel imperio del Tsan-Chan, que florecerá en el año 5000 de nuestra era; con el de un general de cierto pueblo moreno de cabeza enorme, que gobernó en Africa del Sur 50.000 años antes de Cristo; con el de un monje florentino del siglo XII, llamado Bartolomeo Corsi; con el de un rey de Lomar, que reinó en aquel terrible país polar, cien mil años antes de que los amarillos Inutos viniesen de Oriente a someterlo.
Conversé con el espíritu de Nug-Soth, mago de los conquistadores negros que invadirán el mundo en el año 16000 de nuestra era; con el de un romano llamado Titus Sempronius Blaesus, que había sido cuestor en tiempos de Sila; con el de un egipcio de la decimocuarta dinastía llamado Khephnés, que me reveló el horrible secreto de Nyarlathotep; con el de un sacerdote del reino central de Atlantis; con el de James Woodville, señor de Suffolk en tiempos de Cromwell; con el de un astrónomo peruano del periodo preincaico; con el de un médico australiano, Nevel Kingston-Brown, que morirá en el año 2518 d. J.; con el de un archimago del reino de Yhe, perdido en el Pacífico; con el de Theodotides, oficial greco-bactriano del año 200 a. J.; con el de un anciano francés del tiempo de Luis XIII, llamado Pierre-Louis Montagny ; con el de Crom-Ya, caudillo cimerio del año 15000 antes de Jesucristo; y con tantos otros, que no puedo retener los sorprendentes secretos y las turbadoras maravillas que me revelaron.
Todas las mañanas me despertaba con fiebre. Cuando los datos aprendidos en sueños podían caer dentro del campo de la ciencia actual, me lanzaba desesperadamente a los libros para comprobar su veracidad o error. Los hechos tradicionalmente conocidos adquirían así nuevos y dudosos aspectos, y yo me maravillaba ante aquellas fantasías oníricas capaces de añadir detalles tan atinados y sorprendentes a la historia de la ciencia.
Me estremecí ante los misterios que oculta el pasado, y temblé por las amenazas que el futuro nos depara. Prefiero no consignar aquí lo que insinuaban los seres post-humanos sobre el destino final de nuestra especie.
Después del hombre vendría una poderosa civilización de escarabajos, de cuyos cuerpos se apoderarían los miembros más selectos de la Gran Raza, cuando se abatiera sobre su mundo ancestral una terrible catástrofe.