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Poco después oí los lentos pasos de Apolonio.
-Hay aquí fuera una persona que quiere hablar con usted -me dijo, mirándome con extrema severidad. Luego se apartó para dejar pasar a Lisa.
¡Apolonio no se marchaba y nos miraba a los dos con semblante irónico.
- ¡Vete, vete! -le grité, perdiendo la cabeza.
En aquel momento, mi reloj hizo un esfuerzo, carraspeé y dio las cinco.
IX
Y entra en mi casa libre y resueltamente,
como dueña.
Permanecí ante ella desorientado, abrumado, profundamente confuso, y, sonriendo -por lo menos así me parece-, me eché encima mi desgarrado y sucio batín acolchado. Era exactamente la escena que me había imaginado hacía poco. Transcurridos unos dos minutos, Apolonio se había marchado, pero mi confusión continuaba. Lo peor fue que, al verme en aquel estado, también Lisa perdió de pronto la serenidad, lo que me causó gran asombro.
-Siéntate -le dije maquinalmente, y le acerqué una silla a la mesa. Yo me senté en el diván.
Lisa, obediente, ocupó al punto la silla, y me miró a los ojos, como si esperase que le dijera algo extraordinario. Esta cándida espera me enfureció, pero conseguí dominarme.
Precisamente lo que había de hacer era no fijarse en nada, dar la impresión de que no observaba nada extraordinario. Pero Lisa... Presentí oscuramente que me pagaría caro tout cela.
-Me encuentras en una situación extraña, Lisa -empecé a decir, balbuceando y dándome perfecta cuenta de que no era así como convenía empezar-. ¡No, no creas que te reprocho nada! -exclamé al ver que enrojecía repentinamente-. No me avergüenzo de mi pobreza... Al contrario: estoy orgulloso de ella. Soy pobre, pero honrado... Se puede ser pobre y honrado... -seguí farfullando-. Bueno, ¿quieres té?
-No..., yo... -empezó a decir ella.
-¡Espera!
Salté del diván y corrí en busca de Apolonio. Había que desaparecer en cualquier parte.
-¡Apolonio! -murmuré febrilmente, lanzando ante él, sobre la mesa, los siete rublos que conservaba aún en mi mano firmemente cerrada-. Ahí tienes tu sueldo. Ya ves que te los doy. Pero tienes que salvarme. Tráeme inmediatamente de la tienda más próxima té y diez bizcochos. Si no los traes, harás desgraciado a un hombre. ¡Tú no sabes cómo es esta mujer! Es... No sé lo que pensarás de ella, pero no puedes imaginarte cómo es esta mujer.