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-Ahí tienes, animal desconfiado -dijo, sin lamentar que Nana quedara desacreditada-, están perfectamente a salvo, ¿no? Cada angelito dormido en su cama. Escucha con qué suavidad respiran.
Entonces, Michael, envalentonado por su éxito, respiró tan fuerte que casi los descubren. Nana conocía ese tipo de respiración y trató de soltarse de las garras de Liza.
Pero Liza era dura de mollera.
-Basta ya, Nana -dijo con severidad, arrastrándola fuera de la habitación-. Te advierto que si vuelves a ladrar iré a buscar a los señores y los traeré a casa sacándolos de la fiesta y entonces, menuda paliza te va a dar el señor, ya verás.
Volvió a atar a la desdichada perra, ¿pero creéis que Nana dejó de ladrar? ¡Traer de la fiesta a los señores! Pero si eso era lo que quería exactamente. ¿Creéis que le importaba que le pegaran mientras sus tutelados estuvieran a salvo? Por desgracia Liza volvió a su «pudding» y Nana, viendo que no podía esperar ninguna ayuda de ella, tiró y tiró de la cuerda hasta que por fin la rompió. A los pocos instantes entraba corriendo en el comedor del número 27 y levantaba las patas, la forma más expresiva que tenía de dar un mensaje. El señor y la señora Darling supieron de inmediato que algo horrible sucedía en el cuarto de sus niños y sin despedirse de su anfitriona salieron a la calle.
Pero habían pasado diez minutos desde que los tres pillastres habían estado respirando detrás de las cortinas y Peter Pan puede hacer muchas cosas en diez minutos.
Volvamos ahora al cuarto de los niños.
-Todo en orden -anunció John, saliendo de su escondite-. Oye, Peter, ¿de verdad sabes volar?