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para que yo no muriese,
a cuenta desta esperanza.
Pero aun este breve alivio
ya de entre manos me falta,
pues ya sé (la culpa tuvo
leer tú en público la carta)
que a Serafina pretenden
cuantos príncipes Italia
tiene, a cuyo efecto es toda
su corte saraos y danzas,
máscaras, justas, torneos,
en que todos se señalan,
porque, celoso de todos,
muera en mi desconfianza.
Mil veces me hubiera huido
desta prisión que me guarda,
si presumiera de mí
que yo pudiera agradarla.
Mas ¿dónde he de ir si, criado
entre meninas y damas,
sé de tocados y flores
más que de caballos y armas?
¡Mal haya, no el amor digo
de mi madre, mas mal haya,
dejando en salvo su amor,
de su amor la circunstancia!
Pues ella, para que tema
verme en público, me ata
las manos. Ésta es mi pena,
éste mi dolor, mi ansia,
mi tristeza, mi desdicha,
mi mal, mi muerte y mi rabia.
TEODORO: De todo cuanto me has dicho
no he de responderte a nada,
sino a aquel punto no más
que tocaste, en que yo, a causa
de amigo de Federico,
ausente estoy de mi patria.
CÉSAR: Pues ¿qué me importa a
mí
eso?
TEODORO: El todo de tu esperanza.
CÉSAR: ¿Cómo?
TEODORO: Como interesado
soy en que tú a Ursino vayas;
pues si por dicha lograses
tú el fin de dicha tan alta,
templará tu casamiento
de Serafina la saña,
y yo volveré a vivir
con mi familia y mi casa.
CÉSAR: Supongo que tú me ayudes
a que desta prisión salga;
¿qué he de hacer yo en el concurso
de tantos como la aman,
si apenas los nombres sé
de lo que es tela o es valla?
Y si la verdad confieso,
sólo el pensarlo me espanta;
que no en vano a la costumbre