Página 30 de 58
o culparla o divertirla.
Y aquéste habéis de ser vos,
ayudándoos ella misma
a la entrada de su casa.
Y así, desde aqueste día
la habéis de asistir, pasear,
adorar su celosía,
solicitar sus crïadas,
donde saliere, seguirla,
escribirla...
ALONSO: Deteneos,
que ni hablarla, ni servirla,
ni pasearla, ni mirarla
sabré yo hacer en mi vida.
¿Yo mirar a una ventana
embobado todo el día,
haciendo el amor ardiente
a un cántaro de agua fría?
¿Yo sobornar a una moza,
porque mis penas la diga?
¿Yo abrazar un escudero
con la barba hasta la cinta?
¿Yo seguir a una mujer
ni saber dónde va a misa,
ni si la oye?, que al fin, yo,
don Juan, en toda mi vida
la he averiguado a mi dama
si tiene o no tiene crisma;
y ellas se huelgan, pues todas
niegan dónde se bautizan.
¿Yo escribir papel tan cuerdo
que mil locuras no diga,
donde el retozar no ande
entre el afecto y la dicha?
¿Yo parlar a una ventana
después de una noche fría,
para pedir una mano?
¿Yo sufrir que muy esquiva
me responda "es de mi esposo,"
y con aquesta porfía
me ande con su doncellez
dando en cara cada día?
¡Vive Dios, que antes me deje
morir, que a una mujer siga,
ni solicite, ni ronde,
ni mire, ni hable, ni escriba!
Porque en no teniendo yo
libre entrada a mis visitas
donde tome mi despejo
a la primera vez silla,
la segunda taburete
y al tercera tarima,
siendo mi lecho el estrado
y mi almohada una rodilla,
y haciéndola que me rasque
la cabeza si me pida,
no daré por cuanto amor
hay en el mundo dos higas.
Y mirad, pues, qué mujer
tan chistosa y entendida
me traéis; una mujer
que habla siempre algarabía,
y sin Calepino no