Cyrano de Bergerac (Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol) Libros Clásicos

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la plena actividad de su esfera; pero he aquí la razón de ello. Hablando
con exactitud, no es precisamente el fuego el que quema, sino una materia
más densa a la que el fuego empuja aquí y allá merced a los impulsos de su
naturaleza movediza. Y el polvo de chispas que yo llamo fuego, al moverse,
ejerce seguramente su acción merced a la redondez de esos átomos, pues
ellos entibian, calientan o queman según la naturaleza de los cuerpos que
arrastran consigo. Así, la paja no produce una llama tan ardiente como la
madera; la madera se quema con menos violencia que el hierro, y esto por
la razón de que el fuego del hierro, de la paja y de la madera, aunque en
realidad sean el mismo fuego, obran sin embargo distintamente, según la
diversidad de los cuerpos quemados. Por esto en el caso de la paja, el
fuego, ese polvo casi espiritual, como no está estorbado sino por un
cuerpo blando, es menos corrosivo; en la madera, cuya substancia es más
compacta, entra con más dificultad, y en el hierro, cuya masa es casi
totalmente sólida y bien trabada por parte angulares, penetra y consume en
un periquete todo lo que se le opone. Como estas observaciones son tan
familiares, no creo ya que extrañe a nadie que aun aproximándome al Sol no
me quemase; pues lo que quema no es el fuego, sino la materia en que éste
se fija, y como el fuego del Sol no puede mezclarse a ninguna materia, no
puede quemar. ¿Nosotros mismos no sentimos que la alegría, que en realidad
no es más que un fuego, porque sólo actúa sobre una sangre aérea, cuyas
partículas muy libres resbalan suavemente sobre las membranas de nuestra
carne, nos consuela con tibieza y hace nacer en nuestro cuerpo no sé qué
ciega voluptuosidad? ¿Y esa voluptuosidad o, mejor dicho, este primer

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