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Cree que todo está muy bien, pobrecita! Pero si supiera todo lo que yo sé, escaparía para no volver nunca más, porque Su Alteza es la niña
de peor carácter y más consentida que existe".
Betty no se atrevió a continuar, pues la Princesa se mostró enojada, y la criada fue a dar una palmada al loro, que lanzó una risa extraña y le picoteó los dedos, chillando:
-¡Es verdad ! ¡Es verdad ! Y todas ustedes lo dicen a sus espaldas. Conozco sus astucias. . . La elogian, la miman y fingen que es el ser más bondadoso del mundo, cuando saben bien que esta simpática niñita del bosque vale una docena de princesas tontas y tiránicas. ¡ Ja, ja! Yo no temo decir la verdad, ¿eh, Betty?
Aunque atemorizada, ésta no pudo contener la risa cuando el travieso pájaro le guiñó un ojo mientras estaba colgado cabeza abajo, con el pico entreabierto y agitando las espléndidas alas.
-¡Dime! ¡Dime! -gritó la Princesa, olvidando su furia en su curiosidad.
Betty tuvo que contárselo, y quedó aliviada cuando la Princesa rió también, gozando, al parecer, de la verdad expuesta en forma tan extraña.
-Dile que sabes lo que dice, y ya que es tan sabio, pregúntale qué puedo hacer para ser tan buena como tú -pidió la Princesa, que en realidad tenía muy buen corazón y sabía que la mimaban en exceso.
Cuando Betty dijo al loro que entendía su idioma, éste quedó tan sorprendido que se en-
derezó enseguida, mientras decía con ansiedad:
-Sé buena, no permitas que me castiguen por decir la verdad. No puedo retirar lo dicho
y, ya que pides mi consejo, creo que lo mejor que puedes hacer por Su Alteza sería permitirle que cambie de lugar contigo y aprenda así a estar satisfecha, a ser útil y feliz. Díselo así de mi parte...
Aunque Betty halló difícil transmitir semejante mensaje, la Princesa Bonnibelle quedó complacida, puesto que palmoteó exclamando
-Se lo pediré a mama... Duende, ¿te gustaría hacerlo y ser princesa?
-No, gracias -repuso la niña-; no podría abandonar a mi padre y a Daisy, ni estoy preparada para vivir en un palacio. Es muy espléndido, pero me parece que prefiero mi casita, el bosque y mis pájaros.
La nodriza y la doncella alzaron las manos, asombradas ante tal idea, pero Bonnibelle, que aparentó comprenderla, dijo bondadosamente: