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-Sí, pero de lo que más me acuerdo, y con lo que más me reía yo, era con aquel célebre calentador de hierro. ¡Vaya unos demonios que éramos todos! -dijo Laurie mirando a las dos mujeres, como no queriendo creer que una fuera la delicada Amy, y la otra la traviesa y revolucionaria Jo.
-Oye, milord; no vayas a decir ahora que nos hemos puesto viejas. No hemos hecho más que florecer; y si no, fíjate en el hermoso ramillete que formamos todos juntos -dijo Amy tomándose las faldas de muselina rosa de su vestido y haciendo un gracioso saludo.
-Espinas, flores, hojas muertas; de todo ha habido -añadió Jo pensativa-; y ahora mismo también tengo mis preocupaciones fuera y dentro.
-Bueno, queridas viejecitas, dejemos eso, y vamos ahora mismo a tomar una buena taza de té, que lo pasado, pasado está -dijo Laurie, ofreciendo un brazo a cada una de las hermanas, y marchándose con ellas a tomar el té de la tarde, cuyo aroma se había esparcido ya por las habitaciones del Parnaso.
Encontraron a Meg en la sala de verano, que en aquel momento estaba inundada del sol de la tarde, mezclado con la armonía que producía el viento en las ramas de los álamos cercanos, porque las tres grandes ventanas de esta habitación daban al jardín. La sala de música estaba en un extremo, y en el otro hallábase la sala principal con hermosas cortinas de buenas telas, y donde se veía una gran urna y tres retratos colgados de las paredes; dos bustos de mármol en los rincones, una mesa ovalada con algunos objetos de adorno, y un sofá componían el moblaje de la habitación. Los bustos eran de Juan Brooke el uno, y de Beth el otro, los dos obra de Amy, y bastante buenos por cierto, llenos de esa plácida belleza que recuerda aquel dicho de que "el barro representa la vida; el yeso, la muerte; y el mármol, la inmortalidad". El retrato de la derecha era del señor Laurence, en cuya expresión se veía mezclada la altivez con la benevolencia; tan fresco y atractivo como cuando en vida sorprendió a la muchacha contemplándolo. Frente a este retrato estaba el de la tía March, que había sido regalado a Amy, con un adorno en la cabeza muy extraño, y con un vestido de mangas anchísimas y mitones largos. En el sitio de honor estaba el retrato de "mamá" pintado con cariño y habilidad por un gran artista, a quien ella protegió y sacó de la oscuridad.