Las amistades peligrosas (Choderlos de Laclos) Libros Clásicos

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No estoy lejos de creer que usted nos ha perjudicado a fuerza de servirle bien: la conducta de usted hubiese sido excelente con un hombre hecho a esos tratos, que no hubiera sentido deseos; pero debiera usted haber conocido que un hombre joven, honrado y enamorado, el favor que más aprecia es el estar cierto de ser amado, y que cuanto más lo está, menos emprendedor es. ¿Qué haremos ahora? No lo sé; no creo que la muchacha caiga antes de su casamiento; y sólo habremos sacado el pagar los gastos: lo siento mucho, pero no veo el remedio.
Mientras yo diserto de ese modo, usted emplea el tiempo con su caballero. Esto me hace pensar que usted me ha prometido una infidelidad en favor mío; tengo la promesa por billete escrito y no quiero que se haga añeja; convengo en que no se vence todavía el plazo; pero mostraría generosidad si no lo esperase. Por mi parte no dejaré de pagar los intereses. ¿Qué dice de esto, amiga mía? ¿No está ya cansada de ser constante? Ese cortejo es, pues, bien precioso. ¡Ah! déjeme usted a mí. Quiero obligarla a confesar que si le ha encontrado algún mérito, es porque me tiene olvidado.
Adiós, mi bella amiga. La abrazo con la misma ansia con que la deseo. Desafío a todos los besos de su caballero a que sean más ardientes que los míos.
En..., a 5 de setiembre de 17...

CARTA LVIII
EL VIZCONDE DE VALMONT A LA PRESIDENTA DE TOURVEL
¿Por dónde he merecido, mi señora, las recomendaciones que me hace y la cólera que me muestra? La más viva inclinación a usted, y no obstante la más respetuosa, la sumisión más completa a sus menores deseos, vea en dos palabras la historia de mis sentimientos y de mi conducta Agobiado con las penas de un amor desdichado, no tenía más consuelo que el de verla; me ha mandado que me prive de él, y he obedecido, sin permitirme la más mínima queja. En recompensa de este sacrificio me ha concedido usted que la escriba, y hoy me quiere quitar ya ese único placer. ¿Me lo dejaré arrebatar sin defensa? No sin duda. Y ¿cómo podría no interesarme siendo el único que me queda, y viniendo de usted?
Mis cartas, dice usted que son demasiado frecuentes; repare que de diez días a esta parte que dura mi destierro, no he pasado un sólo momento sin ocuparme de usted, y, sin embargo, sólo le he escrito dos veces.

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