Una ciudad flotante (Julio Verne) Libros Clásicos

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libres de mareo y les pagaría cien libras por cada náusea.
-Esa es una idea realizable -le dije.
-¡Sí! -replicó-. ¡Se podría ganar dinero, o perderlo!
El buque continuaba avanzando a pequeña velocidad, dando a lo sumo, seis vueltas de
rueda, con objeto de mantenerse. El oleaje era terrible, pero el estrave cortaba nor-
malmente las olas y no embarcaba agua. No era ya una montaña de metal que avanzaba
contra otra de agua, sino una roca sedentaria que recibía indiferente los besos de las olas.
Una lluvia copiosísima nos obligó a buscar refugio en el gran salón. El efecto del
chaparrón fue calmar el viento y la mar. El cielo aclaró por el Oeste y las últimas gruesas
nubes se deshicieron en el horizonte opuesto. A las diez, la tempestad daba su último
resoplido.
A las doce, las observaciones pudieron hacerse con cierta exactitud, y dieron:

Lat. 410 50´ N.
Long. 510 67´ O.
Car. 193 millas.

Esta considerable disminución en el camino recorrido no podía atribuirse más que a la
tempestad, que había combatido al buque por la noche y al amanecer, tempestad tan terri-
ble que uno de los viajeros -verdadero habitante de aquel Atlántico que había atravesado
43 veces-, no había visto otra igual. El maquinista confesó que, durante aquellos tres días
que pasó el Great-Eastern en el hueco de las olas, no había sufrido tan fuertes ataques.
Pero seamos justos: si no marcha más que medianamente, este admirable steam ship,
ofrece en cambio seguridad completa contra los furores del mar. Resiste como una mole
maciza, debiendo esta rigidez a la homogeneidad perfecta de su construcción, a su doble
quilla y a lo maravillosamente ajustadas que están sus piezas. Su resistencia es absoluta.
Pero repetimos, igualmente, que, por grande que sea su fuerza, no es prudente oponerla
a una mar desencadenada. Por grande que sea, por resistente que se le suponga, un buque
no queda deshonrado por huir de la tempestad. Un capitán no debe olvidar jamás que la
vida de un hombre vale más que una satisfacción del amor propio. Obstinarse es
peligroso, empeñarse es censurable, y un ejemplo reciente, una catástrofe sobrevenida a
un vapor-correo oceánico, prueba que un capitán no debe luchar exageradamente contra
el mar, aun cuando se vea alcanzado por un vapor de una compañía rival.

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