Las Mujercitas se casan (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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-Que todos los casados formen rueda y bailen alrededor de los novios, como hacen los alemanes, mientras los solteros bailan en parejas por la parte de afuera -gritaba Laurie, paseándose por la vereda de la mano con Amy, y su alegría fue tan contagiosa que todo el mundo siguió su ejemplo sin una sola protesta.
El señor y la señora de March, tía March y tío Carrol abrieron la marcha y los demás se plegaron, aun Sarita Moffat, quien después de un minuto de vacilación se echó la cola del vestido sobre el brazo y arrebató a Eduardo para unirse a la ronda. Pero la coronación de la tarde fueron el señor Laurence y la tía March, pues cuando el imponente caballero se dirigió con aire solemne a la dama, ella puso su bastón bajo el brazo y salió dando saltitos para unirse de manos con los demás y bailar alrededor de los novios mientras los jóvenes invadían el jardín como mariposas en día de verano.
La falta de aliento puso fin al baile improvisado y luego la concurrencia comenzó a marcharse.
-Te deseo mucho bien, querida, de corazón te deseo bien, pero creo que te arrepentirás ­dijo tía March a Meg, añadiendo al novio al acompañarla él hasta el coche-: Tiene usted un tesoro, caballerito, vea usted de merecerlo.
-Éste es el casamiento más lindo que he visto en mucho tiempo, Eduardo, y no sabría decir por qué, pues no tuvo ninguna elegancia -observó a su marido la joven señora de Moffat al alejarse en su coche.
-Laurie, muchacho, si alguna vez tienes ganas de darte un lujo de esta clase, consíguete una de estas chiquitas para acompañarte y estaré completamente satisfecho -manifestó el señor Laurence sentándose a descansar en su sillón después de la agitación de la mañana.
-Haré lo posible por darle gusto, señor -fue la respuesta de Laurie, desusadamente obediente, y se desprendió de la solapa con sumo cuidado la flor que Jo le había puesto en el ojal.
La casita de Meg y Juan no quedaba lejos y el único viaje de novios que hizo Meg fue el tranquilo paseo con su Juan de la vieja casa a la nueva.
-No tengan la impresión de que me separe de ustedes, mamita querida, o de que los quiera menos porque quiera tanto a Juan -dijo abrazándose a su madre con los ojos arrasados en lágrimas por un momento-.

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