Página 19 de 207
mismo cuenta de ello, había hecho que le enviaran poco a poco de Edimburgo algunos
trajes apropiados y sus mejores escopetas de caza.
Un día, después de reconocer que aun teniendo mucha suerte había mil probabilidades
contra una de salir mal del negocio, fingió acceder a los deseos del doctor; pero, para
retardar el viaje todo lo posible y ganar tiempo, esgrimió una serie de argumentos de lo
más variados. Insistió en la utilidad de la expedición y en su oportunidad... ¿El
descubrimiento del origen del Nilo era absolutamente necesario? ... ¿Contribuiría en algo
al bienestar de la humanidad? ... Cuando finalmente se consiguiese civilizar a las tribus
de África, ¿serían éstas más felices ?... Además, ¿quién podía asegurar que no estuviese
en ellas la civilización más adelantada que en Europa? Nadie... Y, amén de todo, ¿no se
podía esperar algún tiempo ... ? Un día u otro se atravesaría África de un extremo a otro,
y de una manera menos azarosa... Dentro de un mes, o de seis, o de un año, algún
explorador llegaría sin duda...
Aquellas insinuaciones producían un efecto enteramente contrario al perseguido, y la
impaciencia del doctor aumentaba.
-¿Quieres, pues, desgraciado Dick, pérfido amigo, que sea para otro la gloria que nos
aguarda? ¿Quieres que traicione mi pasado? ¿Quieres que retroceda ante obstáculos de
poca importancia? ¿Quieres que pague con cobardes vacilaciones lo que por mí han
hecho el Gobierno inglés y la Real Sociedad de Londres?
-Pero... -respondió Kennedy, que era muy aficionado a esta conjunción.
-Pero -replicó el doctor- ¿no sabes que mi viaje ha de concurrir al éxito de las empresas
actuales? ¿Ignoras que nuevos exploradores avanzan hacia el centro de Africa?
-Sin embargo...
-Escúchame atentamente, Dick, y contempla este mapa.
Dick lo miró con resignacion.
-Remonta el curso del Nilo -dijo el doctor Fergusson.
-Lo remonto -respondió dócilmente el escocés.
-Llega a Gondokoro.
-Ya he llegado.
Y Kennedy pensaba cuán fácil era un viaje semejante... en el mapa.
-Coge una punta de este compás -prosiguió el doctor-, y apóyala en esta ciudad, de la
cual apenas han podido pasar los más audaces.
-Ya está.
-Ahora busca en la costa la isla de Zanzíbar, a 60 de latitud sur.
-Ya la tengo.
-Sigue ahora ese paralelo y llega a Kazeh.
-Hecho.
-Sube por el grado treinta y tres de longitud hasta la embocadura del lago Ukereue, en