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ROSALINDA- Bien. Esta es la selva de Ardenas.
PIEDRA.- Sí, heme aquí en Ardenas, con lo cual soy doblemente idiota; pues mejor lugar tenía cuando estaba en casa. Pero los que viajan han de contentarse con todo. ROSALINDA.-Y así debeis hacerlo, buen Pie-dra-de-toque. Pero mirad quién viene. Son un joven y un anciano que conversan con solemnidad. (Entran Corino y Silvio.)
CORINO.- Ese es el camino para hacer que os desprecie todavía. SILVIO.- ¡Oh Corino! ¡Si supieras cuánto la amo! CORINO.- Algo de ello conjeturo; como que alguna vez he amado. SILVIO.- No, Corino. No puedes imaginarlo, siendo anciano, aunque hayas sido en tu juventud un amante tan verdadero, como el que en cualquier tiempo haya suspirado en el insomnio de la media noche. Pero si tu amor se parecía al mío (aunque estoy seguro de que jamás hombre alguno amó como yo) ¡a cuántas acciones soberanamente ridículas no te ha de haber arrastrado tu fantasía! CORINO.-A mil de ellas que ya ni recuerdo. SILVIO.- ¡Oh! ¡Pues entonces, jamás amaste tan de corazón! Si no tienes presente hasta la más insignificante locura en que te hiciera caer el amor, no has amado; o si no te has sentido, como yo ahora, fatigando a tu interlocutor con las alabanzas de tu ama-da, no has amado; o si no has abandonado bruscamente la compañía, como me obliga la pasión a hacerlo ahora, no has amado. ¡Oh Febe, Febe, Fe-be! (Sale Silvio.) ROSALINDA.- ¡Pobre pastor! ¡Por buscar tu herida, he venido desgraciadamente a dar con la mía propia! PIEDRA.-Y yo con la mía. Me acuerdo de que estando enamorado, quebré mi espada contra una piedra, y le dije que aguantara eso por venir de noche en busca de Juana Remilgos; y de cómo besé su batidera y los pezones de la vaca que ella había ordeñado con sus lindas manos agrietadas; y recuerdo, en fin, haber hecho la corte en lugar de ella a una vaina de guisantes, de la cual saqué dos y se los devolví diciendo con los ojos llenos de lágrimas: "Póntelos por amor a mí". Nosotros, los que ama-mos de veras, damos en extrañas manías; pero así como todo muere en la naturaleza, toda naturaleza enamorada muere en la tontería. ROSALINDA.- Hablas con más sensatez de lo que piensas.
PIEDRA.- Ya lo creo: no he de caer jamás e
cuenta de mi propio ingenio, hasta que me dé de na-